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Salta Capital, Salta, Argentina

lunes, 8 de diciembre de 2025

Relato: "El apocalipsis de los bichos"

El séptimo día descansó. Contempló a las abejas sobrevolar las lavandas. Un picaflor zumbando sobre las flores de salvia azul y las rosas chinas rojas. Algunas hojitas del otoño incipiente caían por la brisa suave. Se tendió en su hamaca paraguaya y reposó feliz mientras leía un libro.

Pero no fue así en el principio. El primer día se levantó muy temprano, cuando todavía dominaba la penumbra y se dispuso a regar el jardín. De repente notó algo raro en los rosales, estaban quedando sin hojas. Los miró extrañado, pero no le dio importancia. Siguió regando al tiempo que los primeros rayos de sol aparecían detrás de los cerros. Puso su hamaca en los ganchos y se acostó esperando que la luz venciera la oscuridad.

El segundo día, preparó el mate y barrió las hojas secas. Quedó petrificado cuando encontró los rosales pelados, solo quedaban los tallos. Dejó el mate en la mesita del jardín y corrió a buscar el frasco de polvo blanco. Lo esparció por todos lados, junto a los troncos de los rosales y en el resto de las plantas. Tomando mate admiró sus preciosas flores y aspiró el suave perfume de las lavandas y los jazmines. Luego partió a su trabajo.

Cuando fue al jardín el tercer día, quedó mudo de espanto al ver sus salvias azules sin hojas ni flores. ¡Era una despedida radical a los picaflores! ¿dónde iban a posarse de ahora en más? Estaba paralizado y con la mente en blanco. Empezaba a ponerse furioso. Pasó todo el día pensando cómo salvar sus plantas.

Llegó el cuarto día. El daño era catastrófico. Observó y analizó. Descubrió que no eran solamente las hormigas. Las hojas de los jazmines estaban mordidas, y los tallos casi desnudos. Media hora de ejercicios de respiración le devolvieron la calma y la lucidez para decidir qué hacer. Se dirigió al vivero,  compró  granitos rojos para las hormigas y  celestes para las babosas. También llevó varios plantines de incienso, su olor penetrante alejaría a las plagas. Esa noche antes de dormir, bajo el firmamento estrellado, recorrió ansioso el jardín  tratando de encontrar a las malvadas bestias que lo habían arruinado todo, pero nada. Solo había silencio.

El quinto día se levantó con una fuerza renovada. Le costaba controlar la adrenalina que le provocaba la  lucha. Regó el jardín.  Plantó los inciensos formando un cerco bajito, verde y blanco alrededor de  las salvias y los jazmines. Vio que todo quedaba muy bien. Luego esparció con sumo cuidado los granitos rojos y los celestes por el jardín. A esa altura, la única forma de defenderse, era atacar, y no dejó ningún flanco débil. Terminó de dispersar su munición y marchó a su trabajo. Empezó a saborear el triunfo sobre esos bichos malditos.

Llegó el sexto día y en medio de la inquietud que lo embargaba, vio concretada su obra maestra: las hormigas caminaban en una larga fila hacia el hormiguero. Cada una llevaba, como si fuera un tesoro, un granito rojo o celeste. De vez en cuando había una que acarreaba una hojita verde. Era un largo collar de mostacillas que se movía en el césped. Por los gusanos y las babosas, no se hizo  tanto problema,  conocía la efectividad de los granitos celestes. Buscó el celular para grabarlos. Se sintió todopoderoso, mirando cómo sus víctimas  avanzaban  hacia su propia destrucción,  una mezcla de morbosa satisfacción y lástima. Registró ese evento histórico, como si fuera el fin del mundo. Sabía que esa hilera de puntitos negros, celestes y rojos, moviéndose entre el pasto, era su triunfo definitivo. En algún lugar, muy en el fondo, se supo que era patético, pero siguió sonriendo enajenado.


Marzo /2025

Publicado en la Agenda Literaria 2026 del Taller "Una voz que Cuenta"


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