Cruza la galería de la casa tipo chorizo al tiempo que una ráfaga de
viento le trae el aroma a canela desde lejos. Llega a la puerta de la cocina.
Se acerca despacio para mirar cómo trabaja su madre. Le encanta verla cocinar.
El perfume que inunda el ambiente le revela el tesoro que hay en la olla. La
madre la mira y adivina lo que su hija está deseando. Con un guiño cómplice, saca
la cuchara de madera y le da para que pruebe. Ella sopla con suavidad, y lo saborea
con los ojos cerrados. Su cara dibuja una sonrisa de enorme alegría. En la olla
las ramitas marrones siguen flotando entre los borbotones del arroz con leche.
La madre apaga el fuego, busca un tazón de loza, lo llena hasta el
borde. Luego agrega un copete de dulce de leche, de esos espesos que se usan para
las tortas. La niña observa complacida dando saltitos de satisfacción. Lo
recibe con sus dos manos, con cuidado se va a la galería, se sienta en uno de
los sillones. Mezcla con la cuchara formando espirales con el dulce de leche y
el blanco del arroz. Mira las ramitas en la taza que parecen los restos de un
naufragio, mientras huele el humito que sube. Disfruta con lentitud su manjar preferido.
Se olvida del frío.
En tanto la pequeña se deleita con su postre, su madre abre la puerta
que va hacia el fondo y una brisa con olor a azahares, le despeja la cara. Se
acerca a observar las flores del limonero. Se está anunciando la primavera. La
madre regresa, y contempla a su hija contenta y agradecida. Entre los árboles
del jardín, cae el sol del atardecer como bendiciendo la antigua casa.
Mayo/2024
No hay comentarios:
Publicar un comentario