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jueves, 18 de septiembre de 2025

Cuento: "De Barcelona a Adelma" - (Inspirado en las "Ciudades Invisibles" de Ítalo Calvino)

 

De lejos, las luces del puerto aparecían débiles entre la neblina. Estaba llegando al muelle de la vieja Barcelona. Al bajar encontré la ciudad sombría, gótica. Las calles angostas apenas alumbradas con gastados faroles. Las sombras impedían ver más allá de un paso.

Fui hacia el hotel. Las paredes húmedas, de piedra, brillaban delineando el perfil del edificio. El conserje tenía una cara muy familiar, que no alcancé a reconocer hasta un momento después. Fue una sorpresa darme cuenta que era la cara de mi abuelo, muerto hace más de treinta años. Fui a la habitación que él indicó. Solo. Sentía que ya había estado en ese lugar alguna vez.

Intenté dormir. La oscuridad se apoderaba de mí. En mi somnolencia, volvían a la memoria las visitas al abuelo. Yo era muy chico cuando iba a verlo. Lo amaba porque era bueno conmigo, pero los años y la enfermedad lo volvieron irascible. La abuela como una santa lo cuidó hasta el final.

Desperté antes de la salida del sol y bajé al comedor. Una señora con delantal y cofia preparaba el desayuno. No había más huéspedes. Sobresaltado vi la cara de mi abuela en la señora. No entendía nada. En ese momento reconocí que el hotel era la casa de mis abuelos. Turbado miré por la ventana, la ciudad seguía en penumbras. Tomé el café para aclarar las ideas y guardé el cuaderno que llevaba en el bolso. Salí del hotel, confundido y cercado por miedos y temores.

Caminé por las calles, mientras recorría con la mirada la multitud de caras inesperadas que aparecían desde lejos, que me miraban como para hacerse reconocer, como para reconocerme, como si me hubieran reconocido. Me angustié al darme cuenta que ya no estaba en Barcelona, sino en Adelma, la ciudad de los muertos de Calvino. Una horda de hombres vivos con cara de muertos, o muertos vivientes, comenzó a rodearme. Sentí un fuerte olor a flores de cementerio. Sus ropas andrajosas y fétidas causaban repulsión.

Reconocí a algunos de ellos, sus caras se veían desfiguradas por el tormento. Advertí que estaba en la eternidad del infierno, pero no había fuego. Se acercaban a mí señalándome con sus huesudas manos. Comprendí que mi muerte estaba cerca. Asustado pasó ante mí todo lo que hice en mi vida. Como si fueran jueces que conocieran mis acciones, miraban fijamente con sus ojos amarillos. Se acercaban cada vez más, no tenía espacio para escapar. Comenzaron a empujar. Yo trataba de rechazarlos a manotazos. Se arrojaron sobre mí como cuervos hambrientos. Con los brazos cubrí mi cuerpo para que no me lastimaran. El sordo murmullo tenebroso que emitían, ahogaba mis gritos. Alrededor la ciudad seguía en tinieblas. Me golpearon, tiraron al suelo y pisotearon hasta dejarme destrozado. Al verme sin aliento, se retiraron. Apenas había llegado a Adelma y ya era uno de ellos, me había pasado de su lado.

De pronto, otra mano huesuda tocó mi hombro. Una señora con delantal y cofia, que no era mi abuela, alarmada por los gritos llamó para despertarme.

Me levanté, sobresaltado, confundido y golpeado por dentro. Convencido que en Adelma, el más allá, no es feliz.


Abril/2024 

Publicado en la Antología "Escritos de viajes" del Taller Una Voz que cuenta - Octubre/2024


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